Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/150

Esta página no ha sido corregida

138
DAVID COPPERFIELD.

forth por su hijo. Hablaba sin cesar de él, y parecia que no podia hablar de ofra cosa; me enseñó su retrato, que habia mandado hacer siendo muy niño para ponerlo en un medallon que contenia un rizo de pelo : Ilevaba al cuello otro relrato suyo hecho aquel mismo año. Conservaba, en fin, en un co- freeillo colocado sobre un velador todas las cartas que le habia escrito : me hubiera leido algunas, cosa que me hubiera encantado, si Steerforth no se hubiese opuesto, al mismo tiempo que la acariciaba.

- ¿Habeis conocido á mi hijo en casa de M. Crea- kle? me dijo mistress Steerforth mientras que su hijo y ltosa jugaban al tric-trae. Me acuerdo, con efecto, que me habia hablado una vez de su jóven amigo, pero conficso que habia olvidado vuestro nombre.

- Señora, fué para mí un noble y generoso prolector, y os juro que bien necesitaba un amigo semejante.

- Siempre es noble y generoso, respondió mis- tress Steerforth con orgullo; y comprendió hasta qué punto simpatizaba yo con el orgullo de una ma- dre, pues aquella altivez que le era natural no se me revelaba sino cuando me alababa á su hijo.

- Aquel colegio, continuó, no era una escuela digna de mi hijo, oh, no! pero ciertas y determi- nadas circunstancias me hicieron pasar por cima de semejante consideracion. La altivez de mi hijo exigia que le colocase en casa de un profesor que reconociese su superioridad, y Mr. Creakle era el hombre que me hacia falta.

Era, en efecto, el hombre que le era preciso para plegarse ante un discipulo. No estimaba yo mucho mas à Mr. Creakle, pero si hubiese podido despre- ciarle menos lo hubiese hecho, á causa del respeto que tuvo á mi amigo.

La tierna madre añadió :

- Mi hijo se hubicse sublevado contra toda pre- sion, pero al verse el monarca del colegio, se im- puso una emulacion voluntaria y resolvió altiva- mente ser digno de reinar.

Aplaudi con alma y vida aquel análisis.

- Sé, dijo mistress Steerforth, el desinterés que mostrais á mi hijo : me ha contado que habeis llo- rado al encontrarle. No seria sincera si afectase sorprenderme que mi hijo pueda inspirar semejan- te afeccion; pero no por eso me conmueve menos vuestra amistad, y ha hecho perfectamente trayén- doos aqui, pues me ha procurado el placer de co- noceros.

Miss Dartle jugaba al tric-tac con el mismo en- tusiasmo con que lo hacia todo. Si cuando la vi por la primera vez hubiera jugado al tric-tac, hu- biese atribuido solamente á ese juego el enflaqque- eimiento de su persona y el fuego devorador de sus ojos. Sin embargo, me engaño mucho si ella per- dió una solà palabra de aquella conversacion ó un solo gesto de mi fisonomia, cuando escuchaba tan embebido las confidencias maternales con que me honraba mistress Steerforth.

A última hora Steerforth declaró que pensaba sériamente ir conmigo á Yarmouth.

- Sin embargo, no precipitemos nada, dijo, te- nemos toda la semana para decidirnos, pues mi madre desea que permanezcais aquí á lo menos ocho dias, mi querida Margarita.

Aqui intervino miss Dartle, diciendo :

- ¿Por qué le llamais Margarita? ¿es un apodo? ¿Y por qué poérselo? Será tal vez?... Porque os halla jóven é inocente? Perdonad mi indiscre- cion : verdaderamente es mucha mi necedad...

Respondi, poniéndome colorado, que creia habia adivinado el motivo del apodo.

- Ah! prosiguió Rosa, me alegro saberlo; asi, pues, os halla jóven é inocente: sois su amigo?... es verdaderamente delicioso.

Retiróse despues de esta observacion, y mistress Steerforth se fué al poco rato. Steerforth y yo per- manecimos aun media hora hablando de nuestros recuerdos de colegio, luego subimos juntos. Su cuarto estaba al lado del mio, y me lo enseñó : cuarto lleno de muebles, cómodo y ornado por los cuidados de una madre que no se habia olvidado de nada y que habia querido que su imágen velase aun el sueño de su hijo querido, pues su retrato colgaba al lado de la cama.

Hallé un buen fuego en mi cuarto, y me senté al lado de la chimenea para meditar sobre mi felicidad, pero al alzar la visla distingui á la cabecera de mi cama un retrato de miss Rosa que me observaba con ardientes ojos.

La semejanza cra tal, que me estremeci : el pintor habia omitido la cicatriz, pero se la restiluí á åquella figura, donde la veia vagar de uno á otro lado, como la habia visto mientras la comida.

¿ Por qué se me habia preparado esta entre- vista muda con semejante preguntona? me pre- gunté.

Para no verla hasta el dia siguiente me desnudé, me metí en la cama y apagué la luz. Pero durmiendo