Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/143

Esta página ha sido corregida

131
DAVID COPPERFIELD.

— Temo... pero antes deseo saber si queriendo á vuestro padre como le amo, me es permitido, Inés, hablar con toda sinceridad.

— Sí, hablad.

— Se me figura que su salud se perjudica á causa de una mala costumbre que no ha hecho mas que aumentar desde el dia que vive aquí. Sufre con frecuencia una agitacion nerviosa... ó al menos así me parece.

— Y no os engañais, añadió Inés meneando la cabeza.

— Tiembla su mano y su pulso, sus ojos parecen salirse de sus órbitas, y justamente en esos momentos, en que pareceria natural que no se ocupase de nada, vienen á traerle algun documento para firmar ó una transaccion que terminar.

— ¡Uriah!..

— Sí : y la conciencia que tiene Mr. Wickfield de su inhabilidad en ocuparse del negocio que Uriah pretende ser urgente, ó el temor de haberle tratado sin comprenderlo, le causan tal inquietud, que á la mañana siguiente se le ve aun mas agitado, mas perplejo... No os alarmeis demasiado, Inés; en ese estado le he sorprendido, hace algunas semanas, con la frente inclinada sobre su pupitre y llorando como un niño.

Inés apoyó su mano sobre mis labios; acababa de reconocer los pasos de su padre; acudió á su encuentro y entró apoyada en su hombro. ¡Qué conmovedora estaba la expresion de su fisonomía! Aquella mirada revelaba el reconocimiento y ternura filiales, al mismo tiempo que una súplica dirigida á mí para que respetase á su padre hasta en el secreto de mis pensamientos; expresion de orgullo y de abnegacion, de tristeza y compasion. No podia haberme dicho nada que me hubiese conmovido tanto como aquel mudo llamamiento á mis simpatías.

Fuimos á tomar el té á casa del doctor Strong, donde pasamos la noche en familia. El doctor me recibió sumamente bien, y nos participó su propósito de ceder su colegio á su primer pasante, á fin de poder ocuparse exclusivamente de su diccionario de raices griegas y de su encantadora mujer. Al mismo tiempo, como acababan de recibir una carta del primo Maldon, que se quejaba del clima de la India, mistress Markleham, siempre dispuesta á evocar el recuerdo del tiempo en que su querido sobrino jugaba con su hija, opinó por su regreso inmediato, persuadida de que la Providencia que le habia procurado un destino en Ultramar, le buscaria otro en Inglaterra. Inocentemente, el doctor era del mismo parecer, y no echaba de ver, lo mismo que en otro tiempo, la perplejidad que semejante conversacion causaba á mistress Strong. En cuanto á mí, con vista mas perspicaz, al comparar la cándida fisonomía de Inés con la de la compañera del doctor, al ver sobre todo, que esta esquivaba la mirada escudriñadora de Mr. Wickfield, cruzó por mi mente una ligera sospecha de infidelidad.

Apoderóse de mí aquella sospecha y pronto se trocó en presentimiento, como si alguna desgracia amenazase al establecimiento, donde habian transcurrido para mí horas bien dichosas.

En lo sucesivo no pensé con igual placer en los dos aloes, en el parterre, en el paseo favorito del doctor, al son de las campanas de la catedral, cuyas torres dominan aquel santuario de mi infancia.

A la mañana siguiente Uriah Heep no se tomó el trabajo de despertarme : quiso ayudarme á hacer un paquete de los libros y diferentes objetos que hasta entonces habia dejado en casa de Mr. Wickfield, y que debian expedirme despues, puesto que dejaba de ser el huésped del padre de Inés. Tal fué la solicitud que demostró Uriah, que colegí caritativamente, que no le disgustaba que me marchase.

Tuve necesidad de violentarme para despedirme risueñamente de mis amigos de Cantorbery : llorar no correspondia á un hombre. Me hallaba sentado al lado del mayoral, cuando la diligencia que atravesaba por la ciudad, se paró no lejos de la barraca de mi antiguo enemigo el carnicero... Me sentí tan conmovido, á pesar de mi afectacion de indiferencia, que estuve tentado de bajar y darle un apreton de manos... Pero tenia el mismo aire fosco de siempre, y le favorecia muy poco la ausencia de dos dientes que le habia yo roto en nuestra segunda disputa : creí mas prudente abstenerme de hacer nada.

Recuerdo que una vez en la carretera, mi única preocupacion fué el parecer lo menos jóven posible á los ojos del mayoral, y afectar un tono de suficiencia y hasta cierto punto burlon. Queria aparecer todo un hombre, y, en una palabra, era necesario que nadie lo pusiese en duda.

— ¿Vais hasta Lóndres, caballero? me preguntó el conductor.