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DAVID COPPERFIELD.

mas vagas, para que el salir de allí me fuese sumamente grato.

Iba á ser dueño de mí mismo y á adquirir la importancia de mi libertad; me figuraba todas las cosas maravillosas que, en mayor y mas vasta escala, puede ver y hacer el ser privilegiado y libre, el papel brillante que le dá su mérito y la impresion importante que no puede menos de producir en la sociedad. ¿No eran causas bastantes para seducirme? ¿Esas visiones de mi jóven imaginacion no debian bastar para que abandonase el colegio sin sentirlo? El caso es que no creo que en el momento de lanzarme en la experiencia del porvenir, he fijado largo tiempo una melancólica mirada sobre el pasado.

Quizás me conmoví y turbé un poco ante la perspectiva que ante mí se presentaba, pero no me pesaba dar los primeros pasos por la senda de lo desconocido.

Se me figuraba, en fin, que iba á empezar algo como la lectura de un cuento de hadas.

Habia tenido con mi tia muchísimas discusiones acerca de la carrera que abrazaria.

Hacia mas de un año que en vano buscaba una respuesta satisfactoria á su pregunta, mil y mil veces repetida :

— Trot, ¿qué quereis ser?

No tenia ninguna preferencia particular, ninguna vocacion que pudiese descubrir. ¡Ah! ¡si por inspiracion hubiera podido iniciarme en la ciencia de la navegacion, tomar el mando de una expedicion marítima y dar la vuelta al rededor del mundo, creo que me hubiera hallado apto para ser un segundo Lapeyrouse ú otro capitan Cook! Pero, á falta de esta buena fortuna milagrosa, tenia el deseo de entregarme á estudiar cualquiera cosa que no exigiese graves desembolsos á mi tia, y dispuesto siempre á cumplir con mi deber, cualquiera que fuese.

Mr. Dick habia asistido con regularidad á todos nuestros consejos de familia, mostrando una actitud de prudente meditacion. Solo se permitió sugerir una cosa, y á decir verdad no sé qué idea le cruzó por la mente aquel dia.

— Propondria que fuese fabricante de artículos de azófar.

Pero mi tia recibió tan mal aquella proposicion, que Mr. Dick no se atrevió á formular ninguna otra. Contentóse con escuchar, observar atentamente y hacer sonar su bolsillo.

— Trot, mi querido sobrino, me dijo miss Betsey una mañana de la semana de Pascua, época en que acababa de salir del colegio; como este punto tan delicado está aun por arreglar, y debemos tratar de no engañarnos, creo que será mas conveniente que lo reflexionemos con tiempo. En el ínterin, hareis bien en mirar la cosa bajo un nuevo punto de vista, no como colegial.

— Con mucho gusto, mi querida tia.

— Se me ha ocurrido la idea, prosiguió mi tia, de que el cambio de lugares, un vistazo que echeis á las cosas y los hombres, lejos de la casa, podrá seros útil para conocer vuestros propios gustos y formaros un juicio mas razonado. Supongamos que emprendeis un viajecito y que vais á dar una vuelta á Suffolk y á hacer una visita á aquella mujer que tiene un nombre salvaje.

Mi tia no habia podido aun perdonar á Peggoty que se llamase así.

— Entre las cosas posibles, tia mia, esa es la que mas me agradaria.

— Tanto mejor, respondióme mi tia, puesto que os lo apruebo : es natural y lógico que eso os agrade, y estaba persuadida de ello, querido Trot.

— Así es la verdad.

— Vuestra hermana Betsey Trot, continuó mi tia, hubiera sido la criatura mas natural y lógica de la tierra. Sereis digno de ella, ¿no es verdad?

— Espero ser digno de vos, tia, y esto me bastará.

— ¡Ah! respondió mi tia con una mirada de aprobacion, si viviese vuestra madre estaria tan orgullosa de su hijo que se volveria loca... á pesar de que su cabeza era muy firme.

Mi tia se excusaba siempre de aquel modo de su debilidad hácia mí, echándole las culpas á mi pobre madre.

En seguida añadió :

— En verdad, Trotwood, no haceis mas que traérmela á la memoria.

— Espero que semejante cosa no puede seros desagradable, mi querida tia.

— Dick, exclamó mi tia, ¡si vierais cómo se le parece! Sí, es exactamente su retrato, tal cual la ví por primera vez antes de que empezase á tener el rostro ceñudo...

— ¿Con que tanto se le parece? preguntó Mr. Dick.

— Pero lo que quiero que seais, Trot, prosiguió