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DAVID COPPERFIELD.

que lograba dominar el terror que le inspiraba el hablar de semejante persona, cosa rara, entre paréntesis, miss Betsey se había casado con un hombre mas jóven que ella, sugeto muy guapo, aunque no muy bueno, pues, segun el rumor público, el marrido zurró mas de una vez á su mujer, amen de que cierto dia, á propósito de una cuestion de subsidios, trató de responder á la oposicion de su cara mitad tirándola por la ventana de un piso segundo.

Semejantes pruebas de incompatibilidad de carácter habian obligado á miss Betsey á desembarazarse de él por medio de dinero, y ambos esposos se separaron amigablemente. El tirano marchó con su capital á la India, donde, segun una tradicion de familia, le habian visto una vez montado en un elefante y en compañía de un gran mono.... No ha podido averiguarse si este era una macaca ó una Begun [1], princesa del Mogol, conocida tambien con el nombre de una Babou, aunque yo me inclino por esto último. Sea de ello lo que quiera, el caso es que al cabo de diez años llegó á Inglaterra la noticia de su fallecimiento, sin que nadie supiera cómo, pues así que se separaron, ella tomó su apellido de soltera, compró una casa pequeña en una aldea á orillas del mar, donde se instaló en compañía de una criada, como una verdadera reclusa.

Mi padre habia sido su sobrino predilecto, segun tengo entendido, pero ella se dió por sumamente ofendida á propósito de su matrimonio, bajo pretexto de que mi madre no era sino « una muñeca de cera. » Aunque no habia visto nunca á mi madre sabia que solo contaba veinte años. Mi padre y miss Betsey no volvieron á verse; él, al casarse con mi madre, tenia dobles años que ella, y como su salud era delicada, murió al cabo de un año, ó sea, como llevo dicho, seis meses antes de mi venida al mundo.

Hé aquí el estado de la situacion en la tarde de aquel dia del mes de marzo, que me permitiré calificar de « memorable viernes. » Hallábase mi madre sentada cerca del fuego, enferma, triste, pensando en el pobre huérfano que iba á venir al mundo, cuando alzando la vista, despues de haber enjugado algunas lágrimas, apercibió á través de la ventana una mujer desconocida que venia por el jardin.

Mi madre tuvo el presentimiento que era miss Betsey. Habia en su talle, en su modo de andar, en todo, en fin, tal rigidez, que á bien seguro no podia ser otra mas que ella. Al acercarse á la casa, dió una nueva prueba de su identidad. Mi padre había repetido mas de una vez que la tal señora no se conducía nunca como los demas: en vez de llamar, se acercó en derechura á la ventana por donde la había visto mi madre y pegó su rostro á los cristales.

Esta visita produjo tal impresion, que siempre he tenido el convencimiento que si nací en un viernes se lo debo á miss Betsey.

Mi madre, llena de espanto, se levantó de su silla y se retiró á un rincon, mientras que miss Betsey escudriñaba con ojos inquisitoriales toda la habitacion. No tardó en distinguir á su sobrina, y le hizo un gesto para que acudiese á abrirle la puerta, y como el tal gesto era el de una persona acostumbrada á hacerse obedecer, mi madre obedeció.

— ¿Supongo que sois mistress David Copperfield? dijo miss Betsey. Su supongo significaba que no habia materia á equivocacion al verla vestida de luto y abocada á ser madre.

— Sí, respondió mi madre tímidamente.

— Soy miss Trotwood, dijo la recien llegada, y espero que antes de ahora habreis oído hablar de mí.

— He tenido ese gusto, respondió mi madre.

— Pues bien, soy yo misma en persona.

Mi madre bajó la cabeza, rogando á miss Betsey que entrase; sentáronse junto á la chimenea y mi madre se echó á llorar.

— ¡Ta, ta, ta! dijo miss Betsey con impaciencia; ¡no lloreis! ¡vaya! ¡vaya!

Mi madre no pudo contener sus lágrimas sino al cabo de algunos minutos.

— Quitaos el sombrero, hija mía, para que pueda veros, añadió la vieja.

Mi madre la tenia demasiado miedo para negarse, así es que se despojó de su sombrero, aunque con tal agitacion, que sus cabellos — que eran sumamente hermosos — se desataron.

— ¡Ah! ¡Dios de bondad! ¡Sois una chiquilla y nada mas!

Sin duda que mi madre tenia el aire sumamente aniñado, pero la buena señora aceptó la exclamacion como un reproche merecido, y respondió que, en efecto, temia tener poca experiencia como viuda y como madre. Miss Betsey pareció amansarse, y en seguida, pasando bruscamente á otra interpelacion, exclamó:

  1. Begun, título honorífico de las princesas del Indostan.
    (N. del T.)