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DAVID COPPERFIELD.

Para abreviar el tiempo solia leerme algunos capítulos.

Siendo miss Shepherd la luz y el aliento de mi vida, ¿cómo he podido romper con ella? No lo concibo, y sin embargo la frialdad reina entre ámbos. Me aseguran que miss Shepherd ha dicho que se alegraria no la mirase mas, y ha declarado que prefiere á Mr. Jones!... ¡Jones!... ¿Y qué mérito tiene este sugeto? Ninguno. El antro que se ha abierto entre nosotros, es cada vez mayor. En fin, un dia hallo en paseo las colegialas de Nottingalls, y miss Shepherd me hace un gesto con aire burlon. Todo ha concluido; á Dios toda una vida de abnegacion. No sé de cuántos meses se compone lo que á mí me parece toda una vida : miss Shepherd queda excluida del oficio de los domingos y no forma parte de la familia real.

Soy uno de los primeros de mi clase y estoy sediento de ciencia; ninguna miss viene á turbar mi reposo. Ya no soy tan atento para con las educandas de las señoras Nottingalls y no me enamorarian así fueran mas y mas bonitas. Hallo insípida la clase de baile y me pregunto el por qué son necesarios los caballeros á las damas que la frecuentan. Estoy muy versado en versos latinos y descuido las lazadas de mis borceguíes. El doctor Strong me ha citado en voz alta, como un discípulo que dá grandes esperanzas. Mr. Dick no cabe en sí de gozo, y para probarme su contento mi tia me ha enviado una guinea.

La sombra de un jóven carnicero se alza de repente, como en Macbeth la aparicion de la cabeza armada. ¿Quién es aquel jóven? El terror de los mozos de Cantorbery. Corre el rumor que la grasa de buey con que se unta el cabello, le ha dado la fuerza de Sanson, y que puede desafiar á cualquier hombre.

Es un jóven de aplastado rostro, con los carrillos