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DAVID COPPERFIELD.

lado de la ventana, trabajando en su costura, y yo á su lado.

Nuestra comida se habia retrasado muchísimo, hasta una hora muy avanzada.

En medio de la agitacion de mi ánimo hubiera olvidado aun mas mi apetito de muchacho; pero se hacia tan tarde que mi tia llamó á Juana y le dijo que sirviese.

En aquel mismo momento tuvo lugar una nueva invasion : mi tia lanzó el grito de alarma, y pensad cuál seria mi consternacion cuando ví a miss Murdstone, montada en un borrico, atravesando atrevidamente el prado sagrado y deteniéndose delante de la casa, echando miradas á su alrededor.

— ¡Quereis marcharos! gritó mi tia enseñándole los puños! ¿A qué venís aquí? ¿Cómo os atreveis á violar mi propiedad? ¡Háse visto semejante audacia!

Mi tia estaba tan exasperada de la sangre fria con que miss Murdstone miraba á su alrededor, que, contra su costumbre, permaneció inmóvil é incapaz de romper sobre el enemigo.

Creí que debia decirle quién era aquella mujer, añadiendo que Mr. Murdstone era el caballero que llegaba á pié en aquel momento, detrás de su hermana no y sin trabajo, á subir el camino por el que habia conducido su cabalgadura.

— No me importa quiénes puedan ser, exclamó mi tia, continuando con sus gestos tan poco agradables. No quiero que se viole mi propiedad. No lo toleraré. ¡Retírense! ¡Juana, echa á palos á ese borrico!

Temblando detrás de mi tia fuí testigo de una especie de batalla en el prado : el burro se resistia á todo el mundo; Juanilla queria echarlo hácia la izquierda; Mr. Murdstone tiraba de él para que adelantase; miss Murdstone dando un paraguazo á Juanilla, y cinco ó seis chiquillos, que habian acudido al ruido, gritando con toda la fuerza de sus pulmones.

De repente mi tia reconoció el bribonzuelo, que era el guardian del borrico, y uno de sus enemigos mas encarnizados, aunque no contaria arriba de diez años.

Lanzóse á su vez al palenque, le cogió, le hizo prisionero y le trajo por las orejas hasta el jardin, desde donde gritó á Juana que fuese á buscar al condestable, para que le prenda, juzgue y ejecute in continenti.

Este episodio no duró mucho tiempo; pues el pillete, con mas malicia que años, y que conocia estratagemas de que mi tia no tenia idea ninguna, se le escapó bien pronto, y se fué con su borrico silbando una cancion, no sin dejar en los taludes las huellas profundas de sus zapatos llenos de clavos.

Mientras que duró esta última escena de la accion, miss Murdstone se habia apeado, y esperaba con su hermano en el umbral de la puerta que mi tia les recibiese.

Mi tia, un poco fuera de sí por el combate, entró en su casa con una dignidad romana, codeándoles sin verles, no reparando en ellos hasta que Juanilla les anunció.

— ¿Me retiro, tia mia? pregunté temblando siempre.

— No, señor, no; y me empujó á un rincon, donde colocó una silla delante de mí, como para formarme una especie de barra como las que en las audiencias tiene delante el acusado.

Permanecí allí en la misma posicion hasta que se acabó la entrevista, y desde allí ví entrar á Mr. Murdstone y á su hermana.

— ¡Ah! dijo mi tia, no sabia en un principio con quién tenia que tratar, pero no autorizo á nadie á que atraviese el prado, y por nadie, absolutamente por nadie, estableceré una excepcion...

— Vuestra regla invariable es bastante singular para las personas extrañas, respondió miss Murdstone.

— ¡De veras! replicó mi tia.

Mr. Murdstone pareció tener miedo de nuevas hostilidades, y medió diciendo :

— ¡Miss Trotwood!

— Dispensadme, dijo mi tia con una mirada escudriñadora, como si antes no le hubiese reconocido. ¿Sois un tal Mr. Murdstone que se casó con la viuda de mi difunto sobrino David Copperfield, de Blunderstone?

— El mismo, respondió Mr. Murdstone.

— Me dispensareis, caballero, si digo, prosiguió mi tia, que, segun creo, hubiera sido mucho mejor y mas dichoso dejar viuda á aquella pobre criatura.

— Estoy de acuerdo con vos, observó miss Murdstone levantando la cabeza, en el sentido que consideré nuestra pobre Clara como una niña.

— Ese es un consuelo para ambas, añadió mi tia; no podrán decir lo mismo de nosotras, que