¡Ay, en vano pasamos por la tierra!".
Águila Nocturna habló con el Respetable Maestro de Hilera de Casas, acerca de su decisión. Se le trató de convencer al guerrero, pero su decisión estaba ya tomada y totalmente asumida.
El Respetable Maestro le pidió que hiciera un ayuno de cuarenta días, para purificar su cuerpo y su espíritu, para confirmar su decisión.
—La tierra es nuestra madre, —dijo el Respetable Maestro—, de ella venimos, de ella nos alimentamos y a ella iremos cuando la muerte nos toque por la parte izquierda. Ayuna y pídele que te ayude a aclarar tu mente y tus sentimientos. Entiérrate y recibe el "impulso" de su energía.
Fue entonces llevado el guerrero a un patio que estaba rodeado de cuatro pirámides. En el centro del patio, en dirección Oriente, estaban unas escaleras que descendían más de dos cuerpos de profundidad y llegaban a un túnel estrecho, por donde apenas pasaba una persona agachada.
A pocos pasos de la entrada, el túnel tenía unas escaleras que subían, lo cual se tenía que hacer muy inclinado, para no golpearse con el techo.
Las escaleras desembocaban en un pasillo angosto, que estaba labrado en piedra y recubiertas con láminas de oro, los símbolos del sacrificio espiritual a través de dos especie de ganchos invertidos y la greca del equilibrio entre los dos pares de opuestos complementarios, simbolizados en una cruz rodeada de una línea quebrada. También estaban las grecas que representaban a la energía luminosa y a la energía espiritual.
El pasillo era parte de una cruz subterránea, que simbolizaba los cuatro rumbos de la existencia. Las paredes recubiertas en oro, le daban una belleza y majestuosidad al recinto, fluyendo una energía muy sutil que inundaba de misticismo los cuatro pasillos del recinto.