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La tarde estaba fresca, aunque acababa de llover, estaba el cielo limpio y despejado. Un pesado banco de nubes descansaba en la cordillera que estaba al oriente del valle. Un olor a tierra mojada se mezclaba con los aromas de las flores y las yerbas del campo. La tierra había sido removida para la siembra y su color era oscuro.

Águila Nocturna se acostó en lo más alto de la piedra y la estuvo acariciando. Le hablaba muy tenuemente y se frotaba en ella. Le pedía que le diera consejo para resolver su problema. El guerrero se quedó dormido.

Apareció entonces un guerrero que llevaba puesto un espléndido penacho de plumas, extendidas como un sol. Sobre la frente tenía la cabeza de una serpiente disecada. Una banda de piel de serpiente de cascabel pasaba por su frente y se ajustaba en su cabeza. Por las sienes, bajaban las colas de dos serpientes, con sus cascabeles que le llegaban a los hombros.

En la cara llevaba una nariguera de oro y su rostro estaba pintado con los colores rojo y negro. Llevaba una capa y un ceñidor blanco de algodón. Águila Nocturna se incorporó de inmediato y el guerrero le dijo que él era el guardián de la piedra.

El sol se estaba ocultando detrás de las montañas del Pueblo de las Nubes y en las montañas del Oriente se había desencadenado un fuerte aguacero. Se veía a lo lejos a las pesadas nubes grises, descargar sobre parte del valle y en las laderas de las montañas. Soplaba un viento fresco del Norte.

El guerrero le habló de esta manera a Águila Nocturna:

—El sacrificio es la esencia de la vida. El ser humano ha venido a sacrificarse a esta tierra. Tú bien sabes que solo estamos de paso aquí. Nosotros nos dirigimos a nuestra verdadera casa.

Los Guerreros por más conocimientos que posean, siguen siendo seres humanos, atrapados en el mundo cotidiano. Existen dos clases

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