templos de la ciudad y no obtuvo respuesta. Finalmente regreso con El Que Habla y él le dijo que hablara con las autoridades de Hilera de Casas, que tal vez ellos supieran algo de su pasado.
Cuando llegó al recinto donde un día estudió, su cuerpo vibraba de la emoción. Esas viejas paredes lo reconocieron de inmediato como uno de sus mejores frutos, no así, los maestros e instructores, pues había pasado tanto tiempo desde su partida, que los más viejos habían muerto y los demás no lo conocían.
Águila Nocturna fue invitado a permanecer en el recinto. El Venerable Maestro de La Casa de la Medida le dijo que necesitaba detener el mundo, deshacer su tumulto y reagruparse emocionalmente. Le dijo que había perdido el equilibrio, por lo cual necesitaba recluirse, que tal vez aislándose podría llegar a él la claridad. —"Debes serenar tu corazón"—, le dijo el Venerable Maestro.
Durante una luna, Águila Nocturna estuvo recluido en una pequeña habitación. Había entablado una lucha interna que lo desgarraba. Todo era para él, confusión y dolor. La larga búsqueda de su hogar lo había llevado a un lugar en el que no lo conocían. Era un hombre sin rostro y su corazón estaba desgarrado y confundido, en un mar tormentoso de semi recuerdos y sentimientos encontrados. En su pecho sólo había la más profunda y desolada tristeza.
Sin el conocimiento de su historia, sin la fuerza interior que da la identidad, no era más que una hoja al viento. Un extraño ignorante de su propia vida, un extranjero en su destino. La vida de esta manera no tenía sentido. Vivir en la oquedad de vivir por vivir, de hacer por hacer, con la carencia de una dirección, de un propósito, de una fuerza interior.
La desolación creció de manera espaciosa, cayó sin tregua la angustia de no saber quién era él, en la vida. La tristeza se fue expandiendo rápidamente, primero por todo su cuerpo, después se introdujo en su corazón desgarrado y empezó a trepar por todos los sentimientos. Águila Nocturna no quiso comer y se dejó morir de pena.