Lentamente empezó a entrar la luz por las ventanas de sus ojos, algo más que la luminosidad entraba a todo su cuerpo y lo inundaba de confianza y tranquilidad.
Cuando tuvo la percepción total de su entorno, vio que estaba parado frente a una inmensa cruz, hecha con dos inmensos maderos. Al ver la cruz, tuvo un recuerdo o un presentimiento, que le decía, que él ya había estado ahí y que su hogar, El Valle de Etla, estaba del otro lado de las montañas, tierra adentro.
Con plenitud y vitalidad, inmediatamente se encaminó por las escarpadas montañas. Una alegría interna, un regocijo sereno lo impulsaba. A cada tramo del camino, venían recuerdos no entendidos, imágenes inexplicables, que aunque él no comprendía, sabía que tenían que ver con su pasado. La emoción vibró en su garganta, cuando desde lo más alto de la cordillera, vio los hermosos valles que llegaban hasta los pies de la serranía. Un inmenso cielo azul, limpio y transparente, cubría las tierras ocres. A lo lejos se veía otra cadena de montañas, en el horizonte se dibujaba su perfil en tonos de un azul muy intenso. El guerrero emocionado apresuró el paso.
En pocos lugares en el mundo, la tierra y el cielo se tocan tan intensa y cristalinamente como en estos valles. Acechados de montañas agrestes y desiertas; los valles condensan la energía humana y la exaltan a la atmósfera, uniendo al ser humano, con lo divino y lo sagrado.
Cada montaña es una masa energética, una consciencia diferenciada de la otra. Las poderosas y desafiantes montañas y el alto cielo azul, transparente y luminoso; representan un multiplicador milenario de la fuerza espiritual que comunica al cielo con la tierra, al hombre con lo inconmensurable y lo maravilloso.
Águila Nocturna caminaba lleno de emoción. Los valles generosos, lo recibían con sus flores y aromas. Algo en sus adentros le decía que estaba pisando la tierra que lo vio nacer. Por la noche, llegó a una