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luminosidad. Un zumbido que subió de frecuencia hizo que estallara su cuerpo en millones de partículas luminosas y cada una de ellas, era habitada al mismo tiempo por él. Una poderosa descarga eléctrica, precedió a un trueno. De pronto, sintió dispersa a su consciencia, en millones de consciencias y al mismo tiempo percibió con nitidez, el nacimiento de su angustia. La necesidad de recuperar todas y cada una de las consciencias dispersas, para reconstituir plena y totalmente su identidad. Esa era la verdadera búsqueda.

Cuando Águila Nocturna despertó, se encontraba solo. El anciano de larga cabellera blanca se había marchado, dejándole un guaje de agua y otro de maíz tostado. Lo buscó en el entorno y lo único que encontró, fueron sus huellas en la arena que se dirigían hacia el Poniente y se perdían en la playa rumbo al mar.

El guerrero caminó a lo largo de siete lunas por la costa. Durante el día caminaba sin pensamientos. Ponía su mente en blanco y abría su visión, sin enfocar ningún objeto en especial. Solo sentía con todo el cuerpo. A lo largo de los días, empezó a sentir como le hablaba el mar, el sol, la vegetación. Escuchó sin sonidos y sin palabras, el dialogo de la vida.

De vez en cuando al llegar la tarde, Águila Nocturna veía en la lejanía la fogata encendida y cuando llegaba a ella, siempre había pescado y guajes con agua y maíz. Y a lo largo de aquellas noches, llegaba a su sueño el anciano de cabellos blancos y sin hablar lo acompañaba, inspirándole una inmensa sensación de tranquilidad y paz espiritual.

A través de la caminata, con las alas de la percepción totalmente extendidas, barriendo de la tierra al cielo; el guerrero empezó a recuperar una energía, que un día estuvo en su interior. Por las largas y agotadoras caminatas sin pensar, Águila Nocturna no sola había logrado templar su espíritu, sino extrañamente su cuerpo se fortaleció de manera asombrosa. Parecía que al no desperdiciar energía con los pensamientos y al captar la energía del entorno, gracias a mantener

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