Página:Daany Beédxe.djvu/272

Esta página ha sido corregida

De modo que la religión era muy parecida en todos los pueblos. Cambiaban los nombres, un poco las representaciones físicas y las figuras metafóricas de las diversas advocaciones de “Aquél por quien se vive”, pero en el fondo la esencia era la misma. Una Divinidad absoluta que es abstracta, pues no se ve ni se toca, por lo que no se representa y no tiene nombre. En seguida una segunda representación de esa abstracción, pero ahora palpable y visible, como La Dualidad Divina, principio masculino y femenino de todo cuanto existe, en un par de opuestos complementarios. Inmediatamente después, la representación de las dos energías que rigen el universo, la luminosa y la espiritual, representadas en el símbolo del Agua y el símbolo del Viento y de ahí, se desprenden una serie de símbolos de las leyes que rigen el universo a través de todas las advocaciones que interpretarán la enseñanza básica de Los Viejos Abuelos toltecas. La esencia de la religión era igual en toda La Tierra que está rodeada de las Grandes Aguas. Así lo enseñaron los toltecas.

Por esta razón, los transportadores eran bien recibidos en todas partes y sólo algunas pocas regiones en donde vivían pueblos que no poseían la antigua tradición de sabiduría de los remotos antepasados, los transportadores eran hostilizados. Estos pueblos generalmente eran cazadores nómadas o estaban en periodos incipientes de sedentarización; lo que los hacía belicosos y ajenos al mundo civilizado del continente.

Después de cuatro lunas, el equipo de transportadores de Jaguar de Fuego llegaba por fin a su destino. La Ciudad de Nicarao en los límites del Anáhuac. Era una ciudad bellísima asentada a la orilla del enorme lago de Cocibolca. Esté era el último reducto de la civilización, más al Sur, estaban las impenetrables y misteriosas selvas de las que los hombres nunca volvían. Hasta aquí el sol “baja en su recorrido” y subía a través del año hasta la parte más al Norte, en dónde empieza el gran desierto impenetrable.

Esta era la tierra de Nicarao, gobernador de un vasto territorio llamado tierra de volcanes y temblores, que incluía señoríos en toda la

272