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A la mañana siguiente, el equipo de transportadores salía de La Casa del Espejo Humeante. Silenciosos como una serpiente, avanzaban entre las escarpadas montañas. Cuando el sol estaba en lo más alto del cielo, empezaron a bajar a las tierras cálidas.

Águila Nocturna iba radiante, sentía que su cuerpo que estaba muy contento, algo había pasado y sin saber qué era exactamente, algo le decía que estaba en el camino correcto.

El equipo de Jaguar de Fuego empezó a atravesar una región de volcanes, lagos y lagunas de una belleza incomparables. El clima y la vegetación eran exuberantes. Las montañas se cuajaban de todos los verdes inimaginables, los cantos de las aves, el grito de los animales y el cielo de un azul transparente, hacían que los transportadores emprendieran la marcha con brío.

La caminata estaba dando sus frutos en el cuerpo y el espíritu del guerrero. Los años que pasó en las cálidas y húmedas tierras de la gran planicie, viviendo las pasiones de la vida profana, habían adormecido a su espíritu y aflojado su cuerpo. El agotador esfuerzo físico, el contacto con la naturaleza y la práctica de una disciplina, llena de mística y fuerza, habían nuevamente templado y afinado, el cuerpo y el espíritu del guerrero.

Los caminantes avanzaban por las serpenteantes veredas de las tierras de media montaña. Muy seguido veían en su camino a los animales de esas tierras; venado, jaguar, tapir, jabalí, mono. Aves de todos los colores y tamaños, en donde sobresalían los quetzales, las guacamayas, los patos y águilas.

Más adelante, cuando llegaron a una región de pequeños lagos, encontraron muchos pueblos, donde eran bien recibidos. Los Viejos Abuelos toltecas habían derramado por doquier su sabiduría desde el origen de los tiempos. Todos los pueblos tenían una misma raíz. Por múltiples que fueran sus diferencias, lingüísticas, étnicas y culturales; todos poseían un origen filosófico común, que los hacía compartir una sola civilización.

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