En lugares apartados y remotos; inaccesibles y herméticas, éstas Casas de Conocimiento atesoraban esta información en la lengua y en el corazón de hombres y mujeres sabios. Estas personas eran preparadas desde niños. Los hombres de "la tina negra y roja", que vivían en las comunidades, tenían encomendado que cuando vieran a un recién nacido con una energía muy especial, que solo ellos podían observar, convencieran a los padres de estas extraordinarias criaturas, para que fueran ofrecidos a esta misión.
El niño entonces era iniciado en una ceremonia muy parecida a la de Las Primeras Aguas, la cual se realizaba en secreto y en la presencia de los orgullosos padres. En esta ceremonia se ejecutaba una operación energética, la cual garantizaba que al niño, jamás se le cerraría la mollera, para con esa abertura estar en permanente contacto con las fuerzas inconmensurables del mundo. Durante los primeros cinco años, el niño vivía con sus padres, los hombres sabios le enseñaban a la madre a ponerle unas tablillas en la cabeza, para que ésta, se fuera deformando poco a poco, lo que les permitía tener una configuración en su cerebro, que a su vez les facultaba percibir campos energéticos, que al común de los mortales no les era posible.
Al cumplir los cinco años el niño, que ya era bastante diferente, era llevado a éstas Casas de Conocimiento, en donde aprendía su misión.
Estos seres humanos, no eran ni Hombres de Conocimiento, ni guerreros o sacerdotes. Su misión era la de mantener intacto el conocimiento de Los Viejos Abuelos toltecas de una generación a otra. Por decirlo de alguna forma, eran libros humanos, que garantizaban la permanecía y pureza de la sabiduría humana. Vivían de una manera muy austera y frugal, alejados totalmente del mundo profano.
Después de haber explicado ampliamente el Venerable Maestro a sus invitados concluyó de esta manera:
"El sabio: una luz, una antorcha,
una gruesa antorcha que no ahúma.
Un espejo horadado,