Muy de mañana Águila Nocturna despertó. Su cuerpo estaba sumamente lastimado, pues es un reflejo de su espíritu. Entendió que un guerrero no se puede aferrarse a nada en la vida. Que un guerrero es un maestro en el arte del desapego, porque si se aferra, se hunde y hunde a lo que se aferra. Por ello un guerrero no tiene apego a los sentimientos, a las ideas y menos a los objetos. Un guerrero carga lo menos que puede, para ir ligero por el mundo, sin tener que defender nada, solo protege su existencia, de esta manera el guerrero es invulnerable.
Estos sentimientos iban en aumento, como el sol en el horizonte y de la misma manera que los rayos calentaban a la selva, de la misma manera el entrenamiento que había recibido el guerrero durante años, calentaba su desolado corazón. Él sabía que era un ser humano y que sentía el dolor a pesar de ser un guerrero, lo que lo hacía diferente, es que el guerrero no se entrega al dolor.
Volvió el ánimo del guerrero y recordó que tenía una cita con Luz de Noche en el cenote sagrado. Emprendió la marcha de inmediato y por su mente apareció un canto sagrado:
"¿A dónde iremos
donde la muerte no existe?
Más, ¿por esto viviré llorando?
Que tu corazón se enderece:
aquí nadie vivirá para siempre.
Aun los príncipes a morir vinieron,
hay incineramiento de gente.
aquí nadie vivirá para siempre.
Águilas y jaguares ¡atentos!
a la batalla florida
con los cantos y los dardos
resuena el tambor de turquesas,
un camino de luz.
¡Comience la batalla!”