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Nocturna estaba a punto de desplomarse, su cuerpo ardía en temperatura y temblaba de cansancio.

En la parte superior de la pirámide, estaba una gran habitación, que tenía dos compartimentos. A la entrada estaban esculpidas, dos inmensas serpientes a modo de columnas centrales.

Sus cabezas, con las fauces abiertas descansaban en el piso, su cuerpo de columna, se elevaba hacía las alturas y la cola emplumada se doblaba arriba de la cabeza del animal sagrado, dirigiendo como una ofrenda, sus plumas al cielo.

Flanqueando la puerta del edificio y enfrente de las dos serpientes guardianas, estaba la escultura de Chac Mool, un hombre ligeramente recostado sobre el suelo, con sus piernas plegadas y sus talones junto a sus nalgas. Su cintura se elevaba y con su pecho levantado, recargaba sus codos en el piso y las manos tocaban su vientre. La cabeza de la escultura giraba noventa grados hacía su izquierda. En sus ojos, había una mirada penetrante, casi humana, con un rostro sereno e impasible, que exudaba sobriedad y templanza.

Águila Nocturna sentía que en ese mismo instante, sus fuerzas lo iban a abandonar. Empezó a escuchar el cascabeleo rítmico de una serpiente. Por sus oídos, un zumbido muy agudo penetraba en todo su cuerpo, haciéndolo vibrar en una frecuencia muy alta. La luz pálida de la luna rápidamente se fue perdiendo. Una oscuridad intensa empezó a envolver el recinto. En un momento todo estaba en total oscuridad. De pronto el zumbido se proyectó en la escultura y tenuemente unos chispazos de energía, empezaron a brotar de ella.

El guerrero hacía un gran esfuerzo, por no caer desmayado. El zumbido se hizo más agudo y alrededor de la escultura empezaron a girar cargas eléctricas, que se convirtieron en luces iridiscentes.

El espectáculo era impresionante, en completa oscuridad, la escultura del Chac Mool refulgía en intensas luces de colores, que giraban a gran velocidad en torno al monolito. Águila Nocturna estaba

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