Águila Nocturna se acostó sobre la piedra, cerró los ojos, puso la mente en blanco y se quedó dormido.
Transcurrieron cinco días. Cuando abrió los ojos, sentía una profunda tranquilidad interior. Todo le resultaba lejano e indiferente. Se estiró como un jaguar y tronaron sus huesos, pudo ver en la obscuridad y encontró la salida. La gruta estaba desierta y al subir a la superficie, la luz le lastimaba los ojos.
Un espléndido cielo azul, completamente limpio y transparente, era medio día, la furia de la naturaleza había desbaratado todo cuanto le rodeaba. Se sentía mucho calor y la humedad era sofocante.
Llegó en ese momento el anciano y le dijo de manera directa, sin preguntarle nada, que se fuera al pueblo a ayudar a la reconstrucción y que cuando terminara, se despidiera para siempre de ellos y que lo esperaba a la entrada del cenote. Que no se preocupara, que él sabría cuando era el momento preciso.
Águila Nocturna se encamino a su pueblo adoptivo, con paso firme y un corazón tranquilo.
Pasaron tres meses y Águila Nocturna regresó una tarde a la entrada del cenote sagrado. El día había estado nublado y la temperatura era bastante fresca.
En su pecho estaba encendida la flama de la convicción de conocer su pasado, algo había sucedido aquella noche en la cueva del Cenote Sagrado y Águila Nocturna, entendía que no podría vivir tratando de negar la profunda angustia que sentía, al desconocer su pasado. No tenía más en este mundo, que la necesidad de saber, ¿quién era él y de dónde venía?, sin conocer esto, todo lo demás carecía de sentido. Entonces a su mente misteriosamente, vino un canto sagrado:
"Pero yo digo:
sólo por breve tiempo,
sólo como flor de elote,