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internaban por la parte obscura. Águila Nocturna estaba maravillado de la belleza subacuática de aquel lugar. Pequeños pececillos los acompañaban y de vez en cuando les daban pequeños mordiscos. El color del agua era de un azul claro y de una nitidez asombrosa. La luz al penetrar el cenote se fundía con el agua y le daba vida propia.

Después de un tiempo, el canasto se llenó de pescados y los dos jóvenes subieron a descansar a la superficie. Águila Nocturna le dijo a su interlocutor que era de lejanas tierras y que iba de regreso a su casa. Por su parte el pescador le dijo que se llamaba Serpiente Marina y vivía en la costa, como a medio día de camino.

Mientras preparaban un pescado a las brasas, los dos muchachos ya se habían hecho amigos. Una corriente de empatía desde el primer momento los unió. Ambos sentían como si de toda la vida se conocían. Águila Nocturna se dio cuenta que estaba muy hambriento hasta que empezó a comer.

Serpiente Marina después de preparar con sal su pesca, invitó a su nuevo amigo a conocer su pueblo, Yucalpetén que estaba frente al mar. Muy entrada la noche llegaron a la pequeña comunidad de pescadores y Serpiente Marina presentó a sus padres a su invitado, quien fue respetuosamente recibido.

A la mañana siguiente Serpiente Marina llevó a su invitado ante las autoridades del pueblo y pidió permiso para tener a Águila Nocturna de huésped en la comunidad. El Consejo Supremo interrogó al forastero y se dio cuenta que era un Guerrero del Señor de los Dardos de Fuego, por lo que obtuvo la aprobación, tomando el hecho como un buen augurio.

Serpiente Marina, como casi todos los jóvenes de su comunidad, habían estudiado en Tulum, una ciudad que estaba como a cinco días de navegación hacía el Oriente. Recién había terminado sus estudios en la Casa de los Jóvenes y había regresado a casarse con Estrella de la Mañana, una jovencita a quien desde la adolescencia había amado.

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