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Como una turbulenta corriente, la angustia lo empezó a inundar, recorría todo su cuerpo y ocupaba, hasta el más mínimo rincón. Cuando sentía que iba a estallar por la presión, de sus ojos, empezó a brotar la angustia, primero, en un hilo de llanto que después se convirtió en cataratas.

El muchacho cayó por tierra, su llanto desesperado, era acompañado de convulsiones, que sacudían su cuerpo, contra las lajas del piso. Después de un tiempo abrió los ojos y la oscuridad era completa. El piso estaba muy húmedo y se escuchaba correr el agua por doquier. Se dio cuenta que estaba en el interior de una caverna o una gruta.

La angustia regresó a su cuerpo con más violencia. Se quiso incorporar, pero cayó, el piso estaba lamoso. Torpemente se arrastró, quería salir de ese sitio a como diera lugar. Siguió la corriente de un arroyo, en la más cerrada oscuridad. Dejó de gritar y llorar, agrupó sus fuerzas y energía para salir de la gruta. Sentía que si se abandonaba, nunca saldría de ese lugar.

Después de un largo tiempo de caminar, resbalar y caer, sentía que las fuerzas se le estaban acabando. Un intenso frío salía de sus adentros, adormeciéndolo, lo invitaba a tirarse al piso a dormir. La temperatura de su cuerpo había bajado mucho. No sabía hacía donde iba y la desesperanza casi lo había atrapado. Por fin se tiró al piso agotado y cerró los ojos.

Soñaba como caía en un acantilado, con un grito pavoroso, que rasgaba las paredes del acantilado, produciendo un eco que se perdía en las altas montañas que lo rodeaban. Con los ojos desorbitados, veía como se dirigía al fondo del acantilado a gran velocidad. De pronto se escuchaba un trueno y estallaba en millones de luces pequeñas, que a su vez, volvían a estallar. Reagrupándose en una bola de fuego, que subía vertiginosa hasta lo más alto del acantilado, para de ahí, volver a estallar en un fogonazo luminoso y caer nuevamente al fondo del precipicio, con la muerte en los ojos.

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