de manera individual y como un océano enfurecido buscaban reintegrarse a su lugar de origen.
Un poderoso rayo había precedido su caída en ese extraño lugar. La oscuridad era total, no sabía si estaba ciego o estaba en medio de una noche obscura y cerrada. Lo único familiar era el piso de lajas, en el que se acurrucaba en posición fetal, buscando acaso, una anhelada protección.
Los primeros rayos de luz y el trino de las aves, hicieron que Águila Nocturna lentamente abriera los ojos. Una hormiga roja caminaba muy cerca de su cara, que yacía sobre el piso, compuesto de grandes piedras perfectamente pulidas y ensambladas.
Detenidamente observó los movimientos nerviosos del insecto, al enfocar a la hormiga, pudo apreciar sus pequeños ojos negros, sus antenas y sobre todo, las dos tenazas que tenía en la boca. Como si hubiera logrado su cometido de despertarlo, la hormiga se retiró rápidamente del enfoque de sus ojos. Águila Nocturna entonces, muy lentamente empezó a incorporarse y ver en dónde estaba.
El canto de los pájaros, cada vez era más fuerte y la luz iba ganando rápidamente espacios a la oscuridad y al silencio; la noche sigilosamente se introducía bajo la tierra.
Sentía su cuerpo muy adolorido, todavía le palpitaba algunas partes, como que no se daban cuenta de que nuevamente pertenecían a una sola unidad.
Tal vez, por primera vez en su vida, Águila Nocturna miraba absorto su cuerpo. Como un prodigio indescriptible, tanto por la alegría de ser y estar; como por la propia belleza intrínseca, que tiene el cuerpo.
Sus ojos, recorrían atentos los dedos largos y finos de sus manos. Asombrado atestiguaba la compleja maravilla de las