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propio cuerpo, percibió que era un conglomerado de energía que despedía luz.

Supo entonces que había llegado el momento y que su Maestro lo estaba esperando a las puertas de esa maravillosa cueva. Cuando salió, vio que su Maestro era otro conglomerado de energía que resplandecía, todavía de manera más intensa y por momentos despedía chispazos de energía, como pequeños relámpagos adentro de sí mismo.

Su Maestro se acercó y lo abrazó. Águila Nocturna sintió una descarga eléctrica sobre todo su cuerpo, que lo recorrió varias veces en todas las direcciones. Supo que en ese gesto su Maestro, le estaba trasmitiendo toneladas de información y de afecto; de alguna manera supo a través de la energía de su Maestro, que inundaba todo su cuerpo, lo que le esperaba y lo que tenía que hacer.

Sin decir una sola palabra, el Maestro condujo al guerrero al cerro en forma de pirámide. Cruzaron el columpio y empezaron a subir a la pirámide, por unas escaleras escarbadas en la tierra. El cerro tenía como cincuenta cuerpos de altura, sobre la base del columpio, que lo unía a la cordillera. Pero hacia el Este, en algunos de los vértices que caían a plomo, hasta casi las profundidades de la cañada, llegaban a alcanzar más de doscientos cuerpos de altura.

La tarde era espléndida, el cielo estaba completamente azul, despejado y transparente. El sol se empezaba a ocultar tras las montañas del Poniente. Águila Nocturna estaba vibrando, su cuerpo por momentos se sacudía por unos espasmos involuntarios. Más que su mente, su cuerpo estaba totalmente emocionado. El cuerpo intuía que algo trascendente estaba por pasar, el olor a la muerte salía por cada poro del guerrero y empapado lamía la piel del muchacho.

El sol ya había entrado a los dominios del Señor de la Muerte, algunos rayos de luz intentaban vanamente contener a los Señores de la Noche, que casi habían cubierto todo el cielo. Cuando Águila Nocturna vio a la estrella de la tarde resplandecer, la calma vino a su

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