congregó en torno al edificio central de gobierno, donde se encontraban hablando con las autoridades. Eran hombres sumamente extraños, vestidos de manera austera; despedían paz y armonía, pero al mismo tiempo, fuerza y sobriedad.
Como todos los niños, Águila Nocturna llegó por debajo de la muchedumbre, en un bosque de piernas llegó hasta las puertas del recinto y pudo ver a los visitantes. Sin embargo, le llamó poderosamente la atención, el hombre más anciano del grupo, una fuerza muy extraña lo atraía a la persona de aquel hombre, al que todos trataban con mucha reverencia y admiración.
Su pequeño cuerpo se estremeció cuando el extranjero le sonrió; sin pensarlo se aproximó, e inmediatamente fue detenido, pero el anciano intervino y lo tomó de la mano, dirigiéndose a un patio interior y sentándose con el niño, al borde de un estanque.
La expectación de la muchedumbre llegó al clímax, cuando vieron que pasaba el tiempo y el venerable anciano y el niño, conversaban de una manera fluida y natural, como dos adultos y el niño empezó a resplandecer. Pasado un tiempo, el anciano pidió una habitación y realizó una ceremonia muy especial, con los demás hombres que le acompañaban, en donde el pequeño, ocupaba el lugar central.
Al final el hombre le regaló un pequeño caracol que traía colgado en el pecho y lo despidió con mucho cariño. Días después, aunque todos en el pueblo hablaban del asunto, nadie, ni sus padres, le pudieron explicar quiénes eran esos hombres y en especial aquel extraño y venerable anciano, que le regaló el caracol.
Águila Nocturna era una grata compañía para sus padres, su casa estaba en un solar a las afueras del pueblo. Estaba compuesta por una gran habitación hecha de adobe, con el techo de carrizo, lodo y paja. El piso era de tierra apisonada, en su interior estaban enrollados los petates en donde dormían, un estante en donde guardaban las pocas pertenencias y la ropa. En una de las paredes laterales, existía un adoratorio, donde todas las mañanas y por las noches, había