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A los cinco años Águila Nocturna era un niño distinguido, pese al exceso de amor de sus padres y parientes; el pequeño parecía que entendía su relación con el mundo. De carácter agradable, más bien tierno e imaginativo. Águila Nocturna era delgado, correoso y ágil. Su cabello era lacio y delgado; sus grandes ojos café oscuro y su permanente sonrisa, lo hacían bien recibido en todas partes. Cuando había una fiesta o un ceremonial, civil, religioso o familiar; todos los niños se reunían para jugar, con la paciente tolerancia de la comunidad, porque una de las herencias de los Viejos Abuelos, era el trato que la comunidad daba a sus cachorros, en donde nunca estorbaban y siempre eran bienvenidos.

Águila Nocturna tenía especial preferencia por uno de sus primos de la misma edad, de nombre Venado de la Aurora, ambos se pasaban la mayor parte del tiempo junto, habían llegado a tal punto de comunicación, que se entendían con las miradas.

Venado de la Aurora era ligeramente más grande y fuerte, su carácter era impulsivo y por ello, le agradaba la compañía de su primo, quien indirectamente lo contenía y centraba. Así como la mano derecha y la mano izquierda; Venado de la Aurora aportaba el entusiasmo, la fuerza y la pasión. Águila Nocturna en cambio era reflexivo, prudente y dulce.

Entre los dos exploraban ese maravilloso mundo que estaba constituido por los abuelos, los tíos, los primos y los amigos del barrio.

Al cumplir los seis años Águila Nocturna, ya ayudaba a sus padres en las tareas de la casa; jugando aprendió a hacer figuras de barro y en las tardes que sus padres se ponían a trabajar la cerámica, poco a poco aprendió el lenguaje del barro. Le gustaba ir a casa de los abuelos a escuchar las historias que el abuelo le contaba. Esas maravillosas historias que describían los misterios de los bosques, los animales mágicos y las sabias plantas.

Cierta ocasión llegaran al pueblo unos viajeros muy extraños. La conmoción por estos personajes sacudió a todo el pueblo, que se

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