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empezaron a cantar una sublime melodía, esperada por todos los ansiosos corazones, que compartían la ceremonia.

La anciana partera tomó nuevamente entre sus manos al pequeño y lo levantó hacia el Sol, diciendo:

—"Poderoso y sabio señor del viento; tú que cuidas por nosotros aquí en la tierra, tú que eres todo sabiduría y bondad, tú que nos has enseñado todo cuanto sabemos, tú que animas nuestra consciencia de ser, tú que con tu soplo divino le das vida espiritual a nuestro cuerpo; Tú ¡la gran Serpiente Emplumada!, dale sabiduría e ilumina a este niño."

De pronto, para sorpresa de todos los presentes, inexplicablemente barrió una poderosa y fría ráfaga de viento el patio de la casa, avivando el fuego de los incensarios y aromatizando la atmósfera con olores de copal. Las voces azoradas de la concurrencia, denotaban este maravilloso hecho como una buena señal.

Dio inicio de esta manera la vida de Águila Nocturna, como todos los niños, fue consentido hasta los cinco años. En aquellas maravillosas cinco primaveras, el espléndido cachorro fue la alegría completa de sus padres.

Águila Nocturna era un niño tierno y dulce, pero al mismo tiempo se vislumbraba en él, un sólido carácter. Asombraba su prematura prudencia y su aguda inteligencia; siempre estaba en el sitio debido y con la intensidad exacta; pero lo que llamaba mucho la atención, era su cálida sonrisa y su profunda mirada, que parecía un frondoso árbol lleno de trinos y tiernas alegrías.

El pueblo donde había nacido Águila Nocturna, como era la milenaria tradición, estaba dividido en cuatro barrios, cada uno tenía por herencia una especialidad artesanal, aparte del trabajo normal del campo, que era común a todos. Cada barrio contaba con sus edificios públicos, escuelas, mercado, casa de gobierno y sobre todo su templo patronal.

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