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ver. La niebla se hizo más densa y pesada, casi no se podía ver, Águila Nocturna volaba sin encontrar el rumbo. Cuando sintió una poderosa mirada. Unos ojos inmensos, que emitían una luz verdosa como la de un faro, detuvieron su vuelo. Miró con detenimiento y los inmensos ojos resultaron ser los de Piedra Quemada, quien estaba frente a él de nuevo en la habitación. Los primeros rayos de luz entraron por la puerta, el anciano y el muchacho estaban en la misma posición. Se escucharon sonar los caracoles, el anciano se levantó lentamente, se acercó al oído del joven y le dijo en voz tenue:

Muy bien muchacho, es hora de ir a trabajar.

Esa mañana salieron a las montañas del Norte, Piedra Quemada y Águila Nocturna. Después de dos días de camino, llegaron a un pequeño valle que estaba entre una cañada. El anciano inició un pedimento al Señor del Bosque, para que les permitiera tomar lo que necesitaban. Después de enterrar copal y unos pequeños trozos de jade, en intercambio reciproco; Piedra Quemada se dirigió al interior del bosque, caminó un tiempo hasta encontrar unos hongos. Se hincó ante ellos y les empezó a cantar una canción muy dulce, cuando terminó, les explicó que andaban en busca de sus hermanos, los hongos llamados "Los Hijos de la divinidad". Después de un rato, el anciano se levantó y llego hasta donde estaba Águila Nocturna esperando.

"Los Hijos de la divinidad" se encuentran a una hora de camino, hacia el Noroeste afirmó el anciano —me lo dijeron sus hermanos".

Por fin encontraron a los hongos en el lugar señalado. Piedra Quemada y Águila Nocturna se dispusieron a realizar la ceremonia. Se quemó copal y se rezó. Entonces Piedra Quemada se dirigió de esta manera a los hongos:

—Muy queridos y amados hermanos nuestros, "Hijos de la Divinidad". Gran misericordia y gracia ha hecho Nuestro Señor en habernos permitido llegar hasta ustedes, divinos y sabios hermanos.

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