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DA CIUDADDELVICHO

vidos enfermeros bostezan de tedio y mal humor...; Entonces cabizbajo, el viejo pensando en su vieja y el mozuelo en su madre, sonreían uno para otro,muy tristes, con una nostalgia del bello soi de los prados, y de los techos humildes bajo los cuales habían dor- mido en etro tiempo... Cuando la narración llegó a la cama en que el de Chellas estaba sentado, el mo- zuelo puso la vista por primera vez en el bulto del enfermo vecino suyo, envuelto en ropas hasta las Orejas e inmóvil como si estuviera muerto... Había entrado con cuchilladas en el lado izquierdo, iba ya para mes y medio, conforme el viejo contó... Pocas palabras, ojos cerrados siempre... ¿Quiere ver?

Y destapando la cara del intratable compañero, el de Chellas le gritó:

—¡Eh, camarada, dé los buenos días a la gente!...

El enfermo viró dolorosamente la cara hacia el la- do de donde partía la voz. El movimiento que hizo casi instintivo le arrancó de las profundidades del pecho un gemido extinguido, y el mozuelo pudo ver en el doblez de la sábana ensangrentada y el algo- dón del gorro de dormir, un rostro chupado y amo- ratado, cuyos ojos parecían dormir bajo los párpa- dos caídos, piel de elefante con barba rala, enormes orejas que, despegadas del cráneo, daban a ese con- junto la expresión nocturna y lúgubre de un mo- chuelo derrengado. Dió un respingo en la cama, una especie de grito brusco que pusu en alarma a la po- blación próxima...

—¿Algún dolor? —quiso saber el de Chellas.

—¡Nada, nadal... Y confuso, trémulo de susto, el

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