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FIALHOD”ALMETODA

cas, como en les ángeles despeñados de Milton, y subiendo a ocupar su puesto en la formidable orde- nación de la batalla... Algunos tremendos atletas quedaban por momentos en pie sobre los mo- rros dentados de la cordillera, alargando los bra- zos con una salvaje irregularidad de formas... Y arrojando a lo largo los capacetes y escudos, solta- ban la cabellera profusa como una selva, provocando a esas prominencias terrenas que se agachaban de miedo...

Pero otros má: arrogantes venían luego tras de éstos en el escalo emprendido, cabalgando sobre ellos, ciñéndolos en lucha singular, y subiendo a las espaldas de los que venían detrás... Y seguían ba- gajes, animales de ataque, leones en rebaños, jagua- res y panteras, carbonosos elefantes armados de to- rres, Carros de guerra con panoplias de tridentes..- Ante esa invasión a la cual no se oponían barreras, la naturaleza amedrentada, se retraía con extremeci- mientos... Ni un vuelo de árbol a árbol... Pinares y castañedos y olivares de troncos arrugados, parecían hacer gestos de súplica y de dolor centenario... Por debajo de un viejo puente romano, y cosido con los guijarros y juncos del lecho, deslizábase el río sin un rumor... El trueno principió en sordina a anunciarse desde el extremo del horizonte, fué llegando, llegan- do, cada vez más retumbante, como si quisiese hen- dir esa basílica dispuesta para un funeral... El palo- mo negro abría en ese instante las alas, deteniéndo- se un segundo y en lo más alto del mirador posóse en un gran jarrón de cactos, como en una barbacana

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