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FI¡ALHO D"*ActMEJTDA

La ráfaga de viento la hacía volver luego al nido, impotente para el vuelo, con la cabeza baja y las alas mojadas. Aún tosiendo, con el semblante irrita- do de rosetas fúnebres, con la garganta seca de fie- bre, María Jesús seguía las salidas de sus amiguitos, llena de dolor porque ellos sufrían.

¡Ese día fué cruel para todos!... A las dos, la fie- bre había traído delirio; y el Santo del Otero, con el birrete al lado y la cruz en ristre, más el emboza- do que había visto a los pies de la cama, dejando deslizar por la barba roja grandes lágrimas silencio- sas, volvieron a henchir de escenas trágicas la men- te de la pobre criatura, walsando, paseando, dete- niéndose, esgrimiendo gestos de todas las formas, y “escubriendo a la luz un semblante en que se pinta- ban todas las emociones y todas las muecas... Tan alto era el jadear, que se oía en los cuartos próximos arqueante, estruendoso, acabando a veces en silbi- dos...

La piel seca, de contactos ásperos, quemaba como si fuese una brasa, y en el pecho, que había tomado tonos amarillos, el animal feroz del corazón, compri- mido en la jaula, golpeábase en el choque con las paredes, poniendo en la carne sobresaltos temerosos de observar... Al mismo tiempo le picoteaba el tron- co el cinturón de cáusticos que le habían aplicado; maquinalmente sus labios decían: ¡agua!... y aterra- dos en un pasmo vidriado, los ojos erraban por el techo en busca de un punto tranquilo, donde no lle- gase al galope el djerid de fantasmas traicione- TOS...

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