LA CIUDADDELVICIO
Fué agitado el dormir en esa noche. El San An- tonio le aparecía en el sueño con dimensiones colo- sales y con los ojos extraviados, barretinaenla cabe- za, Corría a amenazarla con la cruz, bramando con su ruda voz de pregonero...
No podía estar en la cama, volvíase, sentábase, be- bía agua, y atacábanle opresiones tenaces, pasmos fugitivos, un temblor febril de miembros... Por dos veces creyó que estaba un bulto embozado a los pies de la cama, que la miraba desde el fondo de un gran capote negro, con barba roja, por donde le corrían las lágrimas...
Y muy de mañanita anuncióse la tos, la gran fati- ga continuaba y un hilo de sangre corríale a un lado de la boca... La madre se había puesto pálida ante aquella terrible señal, que iba a unirse con otra más terrible aún, aparecida en el día anterior sobre el lecho de la pobre muchachita; una plumita de palo- mo, toda negra, inmóvil sobre la almohada.
Querían disuadira la pobre vieja y llamarla a lasco- sas prácticas; no pasaría nada, era tontería creeren su- persticiones... Perolosojosdeella, fijos enel palomar, no veíansino esas parejas de palomos blancos o ceni- cientos, otros manchados de colores, algunos de pes- cuezo irisado, dos o tres todos negros, enormes co- mo cuervos, arrullándose altivamente en los aleros de la casa, volando frente a las ventanas del palo- mar, O viniendo a momentos a golpear en las vidrie- ras, con alas funestas, de jas cuales volaban al vien- to pequeñas plumas agoreras...
— ¡Los palomos, los palomos!... —decía en un pro-
—bl—