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TI

NOCHE EN EL RIO

S había apagado del todo en el poniente la úl- tima tinta paludosa de la tarde, y una sombra igual, atravesada de centelleos de estrellas y palpi- taciones de átomos, caía de arriba, disolviendo los contornos de las cosas, y escurriéndose en el agua del río, que se hiciera densa 'y viva, como una carne de anélido, gelatinoso y susurrante... La canoa en que nos metimos, ligera como una pluma, muy alar- gada, ondulando a la menor palpitación de la onda, se diría un pequeño támulo blanco y oro, en que sería delicioso partir coronado de liquenes y algas, hacia los reinos de coral, en el fondo de esos países submarinos, en que las ciudades están hecnas de galeones submergidos, kis cúpulas de conchas color de zafiro, y las colymnatas de fantásticas incrusta- ciones de nfolúscoides... 7 Mientras Lía se ponía al timón, en una deshabillée de noche en crespón de China, la alta «golilla es- trecha abotonándose en el cuello por alamares de cuentas y rasgando un” escote ¿duadrado en el seno; E

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