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LA CIUDADDELVICIO

tas apoyado en mi cayado de arrendatario, y a medi- da que subo se me ensanchan los horizontes, como te- lones de fonáo sucesivamente tendidos en los confi= nes de los valles, que la luz retoca en una gracia castísima de tonalidades...

A la derecha, un molino bracea con sus brazos de aspas laboriosas, dilatadas como alas de mariposas reales,.. ¡Y-pienso en el 'molino de Daudet, aquella deliciosa ruína en el fondo de la Provenza legenda- rial... El viento hace rugir sus cordajes y su madera= men. En derredor, todo verde, hierbas altas y húme- das, alfombras interminables que entre los regue- ros de los prados de heno van descendiendo, con sus ramilletes de arboleda, hileras de chopos y álamos, casitas y huertecillos, el convento en ruínas donde las corujas pían; y en el declive silencioso, el cementerio de la aldea, sin capilla y sin árboles, sembrado de puntos negros con números blancos y teniendo aquí y allá verjillas negras de sepulturas... Detengo sobre aquel cercado mis ojos.., ¡Ay de mi!... De los que me vieron pequeños y me tuvieron en las rodillas, de los que jugaron conmigo y todas las mañanas me venían a' despertar en un susurro de be= sos castos y de risotadas inocentes—¡pobres y que- ridos dioses de mi alma!...—muchos yacen allí para siempre jamás...

Doce campanadas en la parroquia. Los que labran y los que varean los olivares, los que cojen aceituna y plantan las cepas, páranse en la faena...

-—¡Medio día, caldera vacíal (1) es lo que se oye...

(1) Meio día, panella vazía; es un proverbio alemtejano po- palar.—N. del 7,

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