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LA CIUDAD DEL VICIO

y Menelao mismo hacía intención de leer un frag- mento de gran efecto. Después de los banquetes, danzas nacionales, fuego de artificio; —¡con todos los diablos, qué magnificencia! —decían todos por todas partes.

Pero mientras tales alegrías vehementes se expan- sionaban así en los clubs de los descalzos, extraordi- narias batallas se libraban en palacio, indómitas, torbellineantes, entre Menelao que se obstinaba en democratizarse al último límite en aquel paseo pro- yectado a las huertas, y toda la soberbia corte aver- gonzada de semejante gatuperio...

Porque al fin, si el monarca descendía del solio a fandanguear con patulea de chaqueta y bocaman- ga, la ilusión Óptica de la Majestad quedaría perdida del todo, en vista de que ella consistía en la persua- sión general de que el Rey por forma alguna podía ser un hom.brecite a semejanza de cualquier otro, si- no una especie de semidiós como el Mikado japo- nés medio místico, medio incomprensible, medio ve- lado, y siempre complejo, vibrando miedo en derre- dor de quien se aproximase, participando de las pro- piedades de la tromba marina, teniendo los relam- pagueos de centella eléctrica, y en comunicación con los grandes espíritus errantes de la sabiduría, de la fuerza y de la justicia... Desgracia sería si al- gún vasallo sintiese su voz de ronquido, le viese la caspa, le llegase a suponer forma y naturaleza ordi- naria, o en el gran pólipo de la real patata, (1) vi-


_ (1) Aquí Fialho emplea ¿afata (patata) por sinónimo de ca- beza.—N. del T.

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