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FIALHO D”*ALMGETDA

hicieron al rey, baboso de su persona, infiltrándole ambiciones de mayor diámetro, filancías (1) de grande hombre e insidias felinas de niño mimado. En los consejos de la corona, embozado en el viejo manto real, que la aguja de la reina había remendado de paisajes y dibujos de ciempiés, daba con el pie en el suelo si le negaban dinero para francachelas, a que era dado, alegando ser en verdad un monarca mal empleado en tal pelagatería de país.

Iba audazmente desde las formas pindáricas de la oda y del soreto heroico—composiciones linfáticas de media página que el de las Hojas y Cáscaras se- cretamente refundía—a las audacias del volumen orlado en colores, todo en cul-de-lampe del estilo más puro, con letras Ehrmann adornadas de figuritas risueñas en actitudes de quimera, iluminado como una Biblia e impreso en China y Waltman de pri- mera... Y otras aspiraciones de gloria artística se desprendían de aquí: tener palacios y kioskos por quintas y cotos, con mármoles y bronces céle- bres, esplendores de vajilla constelados de viejos Limoges, cabalgatas históricas por las selvas, festi- nes de pavo para. poetas en terciopelo y oro, y una multitud de bichos y fieras enjauladas en los jardi- nes del palacio, que por las noches eran el terror del

(1) Me parece mejor emplear aunque no me tachen de pe- dante la linda palabra rígidamente helénica /:/ancía (amor de sí mismo) que se ha trasladado al portugués y que,usan mucho los autores más vernáculos como Camilo Castello-Branco, en vez de emplear la desdichada forma hibrida greco-latina de egolatría (adoración del yo).— N. del 7.

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