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FIALHO D'ALMETDA

—Es un hombre inteligente nuestro Rey Mene- lao. Escribe, por ejemplo...

Para disculparle de las incoherencias de gobier- no y de cierto derroche de dineros, los amigos Opi- naban: per

—¡Qué diablo! ¡Es un poeta!...

Y en los centros literarios, como sus rimas solta- ban, al someterlas al análisis, escamas de caspa y €es- quirlas de venado, esos mismos amigos añadían:

—:¿Cómo ha de ser buen poeta nuestro Rey Me- nelao, fatigado como anda en las cosas de la gober- nación?...

El reino atravesaba un período singular. La indus- tria de destrozar hijos en el vientre de las madres, dejando de ser monopolio de las altas clases, demo - cratizábase desvariada por toda la morralla' de calle- jones y cabañas de aldea y ciudad. Quien robaba de cien contos /de cien i1mil duros) para arriba, era ab- suelto y condecorado; quien robaba un pañuelo o un ataco iba condenado a presidio para toda la vi- da. Los jueces escogíanse entre forzados de galera y los títulos entre granujas. Evidenciando un cinismo mordaz que estaba en moda; los primogénitos de- cían en los salones a las ricas herederas:

—Pienso hacer como mi padre, que nunca se casó...

Los asesinos invadían las carreteras para apuntar con trabucos a las diligencias; y por todas partes azotaban hambres bíblicas y pestes asiáticas... Co- mo Saturno, los coroneles devoraban a los regimier.- tos; los generales se cubrían de gloria y de medallas

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