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LA CIUDADODELVICIO

cariños en la prensa y en las clases obreras... Los republicanos le compararon a Nerón pulsando liras, a la faz de Roma bañada en claridades de incendio... En los grupos de mundanos corría en risotadas bre- ves el dicho mordaz de un cierto Marqués Fulgencio al leer la real oda... Y la mayoría saludaba en el ex- <elso Rey uno de esos genios poéticos, mandados por Dios de cuando en cuando, para glorificación de los pueblos, que, por su dulzura, sus esfuerzos, su sabiduría y sus martirios, habían sido beneméritos de la Omnipotencia...

Dos salidas o tres, jugadas por el gordo Menelao a la popularidad que se le escurría y huía, le cercio- raron de la buena impresión que en los ánimos hi- ciera la noticia de su cogueluche poética... Eran ten- deros que venían a la puerta con los metros en acti- tud de reverencia; personas que le decían adiós (1) en las calles; dos periodistas o tres que le sonreían como colegas, descubriendo calvas de vasta auto- ridad y saber... Y una vez que su carruaje embocó, por consejo del Ministerio, en una de las grandes ca- lles de la ciudad, imás de mil personas vinieron a ofrecerle al soberano tarros de dulce y otras me- nudencias de afecto... Ya su bello semblante de mo- linero se rubicundizaba en un bienestar regalado y los reales ojos de besugo, velados por párpados so- ñolientos, osaban mirar por cierto tiempo, menos asustadizos y suplicantes, a la turbamulta de las ca- lles, entrevista en los paseos en carruaje. Decíase en general:

(1) Tiene más fuerza la frase con el lindo diminutivo lusita- no: pessoas que the foxiam adousinho nas ruas.—WN. del T.

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