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FIALHOD”ATLMEITIDA

flores, envueltos en el clangor de las trompetas de los heraldos; o aceptaban en los monasterios góti- cos los opíparos festines de los priores entre arengas bíblicas; o en las selvas, aún sobre alazanes fogosos cazando los venados regios, venían a nimbarse de claridades celestes en un macizo de hojarascas, a la aparición de algún santo patrono que rezongaba pa- labras desconocidas, apuntando al cielo... Entonces eran ellos señores y mandatarios, lucían las coronas en fulgores omnipotentes, y al menor de sus gestos caía en el polvo la plebe asombrada, oscilaban de la horca rebel les y apóstatas, y el Papa les remi- tía por nuncios purpurados el último billetito del Eterno con sellos de la cancillería celeste... ¡Y ahora todo abatido; las realezas de la tierra y las realezas del cielo, el empíreo y los tronos, ni obediencia ni fel...

E insensiblemente, el monarca Menelao rimaba ya... Deallí a poco, el menestral volvía desanimado. Había recorrido todo: casas de préstamos, bastido- res de los teatros, sombrereros, hermandades del Santísimo y bailes campestres... Nadie quería el tro- no real y sus dependencias... Arreglos recientes, he- chos por obreros bárbaros con el famoso martillo constitucional, le habían quitado el mérito como obra de arte... Ahora era una arquitectura híbrida, sin tipo ni estilo, con fragmentos de todos los ci- clos históricos y sangre de todas las matanzas polí- ticas... Cada rebeldía desfilando por él, cada usur- pación haciéndole oscilar, la invasión extranjera ve- nida para ampararle, le habían arrancado de los ni-

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