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LA CIUDAD DEL VICIO

merlos, comienza a versificar fatalmente... Por el verso, mi señor y rey, los dolores se volatilizan del alma, como los perfumes de las ánforas y revuelan palpitantes en espirales de música a la región de las nieblas...

—¡Dios mío! —dijo el Rey.—¡Qué necesidad tenía yo de ser poetal..,

Y dirigiéndose al menestral añadió:

—Me ofrezco como editor del libro, tu idea me encanta. Pero ¿cómo titularlo?...

El poeta irguió en un gran júbilo las dos manos viscosas.

—/Hojas y Cáscaras, señor mío!

—Excelente...

—Hojas, en memoria de las resmas de papel vitela con que Su Majestad colabora en el volumen; Cás- caras, en memoria de lo demás...

Menelao quedóse cavilando en lo que oyera al poeta: Quejas de intimo y amargo sufrir... Si una organización selecta como la mía o la de Vuestra Ma- jestad... Por el verso las penas se volatilizan del al- ma como perfumes y revolotean en espirales de músi- ca... Y la imaginación se elevaba en el voltigear de estos arbitrios sutiles... También él sufría perdido «en los prosaísmos del mundo moderno, tan grosero que no le cortejaba, tan escéptico que le ponía en duda el origen divino, tan egoísta que pensaba cercenarle la lista civil... ¡Oh, estaban ya lejos los tiempos de poderío y triunfo, cuando pom- posamente los reyes entraban en las ciudades al frente de cabalgatas decorativas, entre vítores y

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