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FIALHO D'*ALMETD A

cuán doloroso es ser así de pequeño y cargar enci- ma de los hombros más de quinientos nombres de familia!... Los pueblos nos comprenden hoy menos que los orientalistas entienden los jeroglíficos. Si pa- samos por la calle, ningún vasallo se postra; los 1m4es- trimos difaman en músicas burlescas la dispepsia que nos roe; y desde que se habla de un rey,todo el mun- do pregunta de qué naipe... ¿Quieres tú en traspaso mi trono y mis dependencias... Es de los más peque- ños y de los más gloriosos del mundo; Dios le puso la piedra funde mental. Como ves, no echa humo ni olor; hay puerta para la escalera, lo peer es ¡qué diablos! que oscila come un diente viejo... Pero tranquilízate; tengo la guardia aquí cerca... No ima- ginas cómo era esto hace ochocientos años. ¡Ni no- bleza ni raza!... Calcula el trabajo de mis antecesores en fabricar hidalguía de primera calidad, llegando a haber monarca que, con ese propósito caballeres- co, legó a los reinos no menos de dieciséis y diecio- cho bastardos. En las gradas de este trono donde empingorotado doy besamanos a los de mi séqui- to, hay manchas de sangre de un valor incalculable; lo que queda en documentos de los parricidios, fra- tricidios, filicidios y otros asesinatos de menor cuan- tía; todos los brillantes hechos históricos de las mo- narquías... Arqueólogos impertinentes, venían a ve- ces, disfrazados, a raspar y echar dentro de saquitos estas sagradas partículas de crímenes bendecidos por Dios, para hacer venta de ellas a los coleccio- mistas... Razón por la cual revestí los peldaños con

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