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LA CIUDADDELVICIO

él paradas de gran uniforme, con sonidos de tambo- res y clarines, expidióle en comisiones los altos cuer- pos directores del espíritu público: —lascienciasrepre- sentadas en un inventor de grasas impermeables, las artes reposando en un grave pintor de brocha gorda, las literaturas, las industrias, el clero... Pero ninguna súplica conmovía al Rey Menelao, que sólo ambicionaba ir a comer la lista civil en un viejo pa- lacio campestre, con parques donde bramasen vena- dos, y a la sombra de cuyas arboledas pudiese vi- gorizar su fortaleza con jugo de higuera, tan alabado por el plenipotenciario de Suiza...

Había en la corte un poeta de larga melena de azabache, afamado por sus trovas y por el cual, una a una, todas las damas se perdían... Y encontrando a Menelao cosiendo monedas en los forros del man- to, como salvaguardia en caso de destierro, así le ha- bló:

— ¿Qué honda tristeza hace marchitar y caer ha- cia tierra como lirio segado la frente augusta de Vuestra Majestad?... ¿Acaso son saudades de la lin- da castellana que se fué con su doncel en el pala- frén de la aventura, mordida por el áspid de la in- gratitud?...

Contempló el Rey al menestral y respondió de esta suerte:

.. —¡Ab, mi muy amado menestral, que no sabes

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