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FIALHO D”"ALMEd?DA

señor... La corte de que el rey se rodeaba estaba con- feccionada con los más puros nobles del reino, nom- bres históricos oídos en todas partes del mundo, primos y acreedores unos de otros, gente correcta de modales, y desdeñosa hacia las capas inferiores, poco atribulada en labores mentales y captando las reales simpatías por un ramo cualquiera del instinto recreativo... a

Había, por ejemplo, los que sabían perder al bi- llar con Su Majestad, encantada de haberles ganado sin esfuerzo, los que traían de fuera buenas frases y finas partidas galantes, los que tiraban al pichón, los que walsaban, los que sustraían brevas (1) a las cajas sin estropear el charolado vargueño donde el Rey solía guardarlas, los que picantemente hacían caricaturas a la acuarela de los enemigos políticos de Su Majestad, los que le elogiaban las dotes y le convencían de la grandeza, los que le escribían dis- cursos, le compraban caballos, le dictaban el estilo de los arreos, le hacían suave la vida ocultándole los descontentos de la multitud y truncándole la lectura de los periódicos; quienes por él mandaban, comían, tenían ideas, efervescencias, platos de trufas en salsas sabias, comilonas, cuentas en los alfombris- tas y en las tiendas de bric-¿-6rac, alegrías, relampa- gueos de vino generoso y babas golosas en los be- llos hombros alabastrinos...

La bondad triste de Menelao permitía en derre- dor suyo, en las camarillas, abandonos de actitudes


(1) Fialho nos hace el honor de transplantar esta pala- bra al portugués con su expresividad.—/. del 7,

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