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FIALHO D"'*ALME IDA

de rodillas... y me expulsó, diciendo que yo era un labriego indigno de ella y que había de escaparse con el primero que encontrase... Yo tenía ya des- confianzas horribles; el señor me perdone... Es un desahogo... Pero una noche me desperté de repente y sentí besos. Desde esa hora se me emblanquecie- ron los cabellos, de las noches que pasé llorando, paseando por la casa como un loco, mordiendo la ropa para que nadie oyese los gritos... Eran unos ce- los, una fiebre, una rabia de morderla toda, de ara- ñarla en el pecho, de arrastrarla por los cabellos, vea el señor... pero ¿qué? Si yo sentía dolor de causarla pena, pobritina, que anda ahora por ahí sin tener quien la aconseje, niña como es, y aún por añadidu- ra maltratada de todos... ¡Capaces son ellos de pe- garla; que hay tantos canallas en este mundol... ¡Ay, un día, se me desvanecieron las dudas, desgraciada- mente lo víl... La expulsé, se acabó; no sé cómo la, expulsé. La gente pierde la cabeza; tiene momentos de no saber lo que hace... Hoy era distinto... Al fin... Fué como si hubiese muerto. Hasta guardamos luto, yea el señor... Pues asimismo me explota. Lesoy nece- sario siempre; viene a solicitar miauxilio sin rubor, sa- ca a mi nombre la cantidad que quiere; Vianna tiene orden para eso... Y ni siquiera me da las gracias. La perdición hace a las mujeres crueles y ansiosas. ¡Tanto como hice por evitar esa desgracia, tanto!... Lehubiera perdonado la primera vez; hubiera sido para ella un padre, como antes... Pero vicios en mi casa, no!...¡No, no, nol... An 2s condenado a presidio, anles caer por esos barrancos comido de gusanos, antes la muerte

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