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LA CIUDAD DEL VICIO

tipainvertida, delas caderas a las rodillas, rótulas sua- ves, redonditas, decolor de rosa desvanecido, tobillos finos, un pie estrecho y alto... Entonces friolera, sa- cudiría la camisa, echando los cabellos sobre la es- palda en un gesto colombino de cubeza; y sobre una piel de oso blanco, ante el espejo de Sévres, ce- ñido de lilas y de rosas pálidas, sonreiría enamorán- dose de la propia belleza y poniendo polvos de arroz en los hombros, con la mano en la cintura, como las bellas estatuas déificas...

Pasos en la escalera; empujaban la puerta de la alcoba, aparecía un hombre dando tumbos, con el sombrero hacia la nuca...

— ¡Buenas noches! (1)

Y entonces despertaba yo de nuevo, y me ponía a correr por las calles, detrás del primer hombre que veía, y en busca de la primera ventana ilumina- da, de cualquier puerta abierta, del menor rumor que despertase los ecos.

Anduve algunas horas en ese vagabundeo furioso, tropezando, hablando alto, queriendo embestir con todo. Pero la fatiga me vencía, tenía los cabellos empapados de sudor, íbame embriagando una tristeza estúpida, desopilante y brutal. Entonces, sintiendo aire fresco, penetrado de los olores acres del mar, levanté la cabeza para mirar en derredor...

Estaba en la playa, delante de las ventanas del mayorazgo, aún alumbradas a aquella hora de la no- che. Subí las escaleras corriendo, dí con él en man- (1) En español en el original portugués, dando la sensación.

«del tipo español que Fialho d'Almeida pinta.—N. del T, — 187 —