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FIALRARO D'ALMEdlODA

y venía, escuchando los pasos, que ya sonaban en una

calle, ya en la opuesta, ya morían, ya parecían irse

aproximando...¡Y la sombra que oscilaba cosida con as; una ve me figure: ,

las casas; una vez se fguraba a la derecha, otra a


la izquierda, y así sucesivamente!

Entonces precipitábame contra ella sudando a chorros, cabellos al viento, corbata al lado; daba con una oscuridad de portal, sombras de árboles, algún perro vagabundo royendo estiércol... Un pes- cador que pasaba tropezó conmigo, dile un encon- tronazo furibundo, quise agarrarle porque le tomé por el otro.

—Perdone, perdone...

Y corrido, avergonzado, comenzé a andar con la cabeza baja. Había baile en el club. ¿Qué tenía yo que ver con eso?... Si cerraba los ojos, la veía den- tro de mí, color de fuego, color de rosa, de todos los colores... Y cabellos turbulentos sobre las es- paldas, pies desnudos, toca ella desnuda... Esa des- mudez, elocuencia victoriosa de la carne, fulminába- me, me idiotizaba, me daba escalofríos por la medu- la abajo. Nunca había visto boca más roja, ni dien- tes más lascivos, ni expausión de vientre más desho- mesta y divina... ¡La tentación del asceta legendario, evocada entre privaciones, en las fiebres nerviosas de la locura, notenía concentración más cálida que el de- lirio en que yo hervía!... Y por el color de su rostro y de las manos, por la escultura de los hombros, por los dedos afilados y por los cabellos en espiral en un tono rojode.la nuca, yvoreconstruía ese cuerpo en un trazo; —seríaalta, cintura elástica, una expansión de tu-

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