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EFG¡AL,QHO D"*ALMEIDA

con cierto suspiro canalla, profundo y vicioso:

—Derrítese la gente toda sólo de pensar en eso... ¿Qué hará? ¿Comprendes la cosa)...

Y se marchó muy atareado, limpiando el sudor del pescuezo apoplético.

Tardaban los fríos en llegar; hubo días lindos, el mar convertido en un delicioso lago. En el club, se walsaba a todas horas. Bajo toldos y decoraciones había fiestas de corte en la explanada; unos navíos de guerra anclados en la bahía, simulaban en frente, en lo oscuro de las noches, bombardeos en regla, con fuegos de bengala; y toda la gente se divertía, alabando el servicio de la marina nacional.

¡Y todos los días regetas, cabalgatas, el tiro cons- titucional (1) de gaviotas, un bazar de rifas benéfi- cas, el demonio!l... En los primeros puestos, el con- de y la condesa, muy parejaditos, los mejores ami- gos del mundo, aparecían a los comentarios de la multitud; ella con pompadour de seda cruda, gorrito a un lado envuelto en una gasa ligera; él oprimiendo petulantemente el monóculo en la órbita del ojo y abombando su alto estómago de mundano... Hacían- se locuras en derredor de esa mujer disputada, co- nocedora de lo que valía, y poniendo al servicio de su temperamento frío, los modales distinguidos de una señora de raza. Era de estas cocottes severísimas

(1) ¡Qué profunda ironía encierra este adjetivo de Fialho; tiro constitucional de pichón o tiro de gaviota, que parece inherente a las monarquías; el de pichón en las monarquías con capitales interiores; el de gaviotas más adecuado en las monarquías con capitalidad marítima! —/N. del T.

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