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FIAL.HOD"'ALMEITIDA

sonreíase como pidiendo disculpa de ser tan expan- sivo.

—¿Es su hijo? le dije.

—5abrá que sí, replicó.

—¿Hijo único tal vez?...

—No tengo más desgraciadamente...

—Es muy niño todavía.

—Va a hacer ocho años por San Miguel.

—¿Entonces qué? ¿padece algo?

Pareció sorprendido de lo que yo había dicho. ¿Padecer su hijo? Nunca había tomado remedio de botica ni había sufrido de molestia. En todas las criaturas, los dientes tienen trabajo en romper, co- mo el señor sabe... ¡Pues en este habrían visto, sin ay ni uy!... ¡Padece qué!...

Veiase un orgullo de progenitor en esa manera de decir, destilando idolatría sobre la pequeñita larva enroscada al rincón del carruaje, blanca, flaca, hecha de ese tejido blando que es senilidad en ia infancia y que distingue de ordinario a los hijos de los viejos o de los libertinos...

Era verano; viajábamos de noche... Todo negro en derredor... Solo de trecho en trecho ardían hogue- ras en plena llanura con humareda que daban tonos rembrandtescos y opacos. En las márgenes de la vía, conforme se ibzn complicando los declives del terreno y los amontonamientos de la arboleda y del matorral, las linternas del tren iluminaban de impro- viso extrañas formas con todos los aspectos, tren- cos yertos, cañaverales en rebullicio, grandes pina- res abriéndose en quitasol, jaras ondulando por las

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