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FIALHO D"*ALMEITDA

amarillo entreabierto... Para ser completa la ilusión» habían vestido los brazos del pequeñito con alas de ave, verdaderas alas de plumas, recortadas, retrác- tiles, llenas de cambiantes y matices, Y si el niño cantaba ¡co-co-r0-có! agitando las alas y picando gra- ciosamente las blancas manos de las señoras, era una risotada de toda las bocas, un frenesí de besos, un triunfo sin igual...

Aquello parecía a Gabriel una afrenta. Pero tiró al gallo las últimas flores, sintiendo la garganta ahogada de lágrimas, y los ojos turbados por una especie de vériigo. Uno de los ramilletes alcanzó al mayor de los hidalsiielos, que se volyió furioso ante el desacato y tropezando con el zarrapastroso de la tienda de caretas, cayó sobre él con la mano levan- tada... ¡Ni allí le perdonabanl... Gabriel, entonces,. ya no fué dueño de sí; lanzóse a él como un león y tamaño puñetazo le propinó que el chupado peque- ñuelo fué a caer lejos, entre las piedras, berreando de- saforadamente. Le prendieron. Estuvo dos días en una delegación; depués le llevaron al tribunal, y allí fué donde Clara le encontró, hambriento, demacrado, sin el cesto, sin flores y sin billetes de lotería, sin haber reaccionado, incapaz de moverse y de hablar... La pobre mujer le miró por un momento con los ojos secos, diciendo:

—;¡Dios te haga diferente de tu padrel...

Y estuvo todo el tiempo severa, concentrada, casi indiferente a lo que ocurría. Gabriel nunca la había visto así. Cuando le mandaron con Dios, la madre díjole secamente:

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