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palabrotas soeces... Quien se indignaba, sufría empe- llones y palabrotas de alto estilo y triplicada dosis de porquería correspondiente...

Convergiendo allí con el anticipado propósito de gozar lo más posible, cada primate trataba de expe- ler gritos furibundos y risotadas de borracho... Al- gunos, ardientes y comineros, se habían empolvado en casa; otros armados de lavativas con larga pipa, regaban las gargantas y los espinazos de la buena sociedad; no pocos se desabrochaban, se pellizcaban, daban abrazos a las mujeres del pueblo y pedían dis- culpa por el er.gaño... Y a cada zorruela galopando heroicamente en la escoba derrengada, la áurea ju- ventud de la Casa Garrett la nombraba por su nom- bre, la llamaba, la hacía parzr para decirle un se- creto...

En coches descubiertos, con antifaces microscópi- cos y guantes blancos, brazos desnudos, cuellos des- nudos, altas medias de seda diseñando piernas nér- viosas, las españolas aparecieron en lo alto, batiendo palmas... Hubo en la multitud un griterío, Y el be- rrear, avasallando los aires, estalló en todos lados, en un triunfo indescriptible, Hasta el elegante Ricardo, de la más alta sociedad, saltando a uno de los co- ches, derramó sobre las muchachas una enorme con- tribución de besos. En ese momento, Gabriel hallá- base a la puerta del Teatro de la Trinidad. Salía gente del baile infantil.

Cuanto Lisboa tenía de nifios radiantes, perfuma- dos, iluminados y frescos, descendía de aquel baile terminado; todos los tamaños y todos las ves-

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