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FIALHOD"ALMETODA

—-¿Qué tenemos! —-dijo el hombre sin mirar.

—¿Cuánto es aquel gallo; hace el favor?..,

El tendero doblóse por encima del mostrador a ver quién hablaba; y se rió. Aquella risa era terrible; Gabriel bajó los ojos y se arrepintió de haber en- trado...

—Quince testees, dijo el hombre.

El pequeño retrocedió aterrado, como si le obli- gasen a comprar, queriendo marcharse, y quedán- dosé pegado al suelo dé miedo. En esto, un señor que vino con tres lindos niños dióle un encontro- nazo casualm=nte, al pasar, y viendo el gesto del padre, lino de esos angelitos color de rosa, amuñe- cado y rubio, levantó la manecita para tirarle de los pelos. Los hermanos vinieron al punto también a empujar al mendigo, a tirarle de los andrajos, ba- rriendo la tienda en una cólera frenética y fría...

Venían con trajes de terciopelo azul, fajas de sa- tén pálido ciñéndole las sayas, media pierna des- nuda, rebordes metálicos en las botas y sombreros revirados a lo pillo.

El mayor era uno delgadito, de ojos autoritarios, boca frenética aquietando una de esas narices unci- formes que la gente ve después entre aros de oro en el Parlamento y en la Opera, con la agresión de uva proa de guerra entre claraboyas de camarotes de barcos mercantes...

Eran los tres desgalichados, de esa flacura fina, color de cera de antorcha, invertebrada y blanda, que proviene de las uniones consanguíneas y de la clor sis de los salones, pero vivamente encendida

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