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Fi¡ALHO D'*ALMETDA

Y de porta-antorchas, de bombero, de paje, de viejo, de diablillo y de policía, diciendo adiós a todo el mundo con una visera de franjas verdes y encar- nadas, como veía hacer a esa variedad de pequeños y grandes, que se cruzaban en las calles, metiendo bulla, a pie o en carruaje... Y recorrería las casas de los amigos, el Cayetano de la mercería, el cabo Fe- rreira, el primo Inocencio y los demás llevados por la mano de sus nodrizas, al cuello de papá o en el coche del tío, entre criados de lihrea, viejos y gra- ves, que diesen tratamiento de excelencia, todos en- corvados de respeto. Habían de recibirlo entences en un coro extático, bajo granizadas de besos, en la insolencia de los mimos prodigados...

—¡No te conozco, máscara, no te conozco! — diría Cayetano intrigado, aflautando la voz...

A la esquina del Loreto (1), Gabriel detúvose un instante, aturdido por el barullo de la multitud. Venían en docenas los coches del Calhariz, de San Roque, del Alecrim, de Santa Catalina y de toda aquella banda, sobre el Ctado que se bañaba en luz,

ncendiando en el fondo de la rampa el Gibraltar y

cortando claros de gas en la serpiente humana que so- bre el asfalto se agitaba perosamente. El tono de los

(1) La Iglesia de Nuestra Señora del Loreto enfrente de la de Nuestra Señora de la Encarnación, separa la Rua do Mundo, antes de San Roque, de la Plaza de Camoes donde está la esta- tua del gran poeta. La Rua do Alecrim viene del Caes do So- dré en pendiente y es todavía hoy una de las más típicas de Lisboa. La de Santa Catalina está en la parte más alta del Cal- hariz cerca de los Paulistes y es una de las mayores alturas de Lisboa.—N. del 7.

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