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FIALHO D'*ALMET?DA

ameniza la vida. Eca de Queiroz era de los atormen- tados por el arte, de los que en él tuvieron a la vez su ídolo y su béte moire; de los que se apasionaron con pasión ciega por ese Moloch devorador, sacrifi- cando a él vigilias, amenidades y dulzuras del vivir, de los que aspiraron a una prosa como ainda nao ha, según confiesa su «idealización literaria»; Fradique Mendes... En cambio, Julio Diniz que, como el mismo Eca decía, viven de leve, escreven de leve, observou de deve, es tipo de los segundos, de los que toman el arte por pasatierrpo y superficial scherzo.

Pues lo curioso de la contextura literaria de Fialho d'Almeida es que pertenece a la vez a uno y otro grupo. Por la intensidad y esfuerzo que pone en el trabajo es un torturado del estilo, un devoto, un cru- cificado de las letras, a quien la palabra, el depura- do refinamiento de la palabra, le arranca gritos de dolor; está en potro de tormento para bruñir, pulir, taracear y repujar los períodos; mas, por otra parte, largas etapas de indolencia y de dolce far niente me- ridional parecen adscribirle al otro grupo, al grupo de los que toman el arte por un scherzo, por un epi- sodio... ca de Queiroz, entregado a faenas consula- res, no sufragando su vida con el cultivo del arte, pasa, sin embargo, la existencia trabajando; Fialho; en cambio, que del arte come, que se sustenta del «pie de altar», como se dice de los sacerdotes, pasa temporadas sumido en la pereza negligente de un na- politano, haciendo vida de vadio (holgazán), lisboeta, de café en café y de tabacaría en tabacaría, murmu - rando, flaneando, flirteando, viendo correr la vida, sin producir una sola página y vagando por las esquinas

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